Delahaye ilustró a Rimbaud

Poemas




ORACIÓN DE LA TARDE Como un ángel en manos del barbero, sentado Vivo. Y empuño un chop de acentuadas estrías. Una pipa en los dientes y el epigastrio inflado, En el aire que surcan inciertas travesías. Como las heces cálidas de un palomar vetusto, Mil sueños en mí dejan una dulzura ardiente: Y así mi corazón es como un triste arbusto Que tiñen rojas gotas de un oro icandescente. Y una vez que a mis sueños me los volví a beber, Cauto, después de treinta o cuarenta festejos, A calmar me retiro el acre menester. Dulce como el Señor del cedro y los hisopos, Meo hacia el cielo ardo, muy arriba y muy lejos, Con la equiescencia de los grandes heliotropos. MÍSTICO En la pendiente del terraplén, los ángeles cambian sus túnicas de lana en los pastos de acero y de esmeralda. Prados de llamas saltan hasta la cima del Mamelón. A la izquierda, la tierra del borde está pisoteada Por todos los homicidios y todas las batallas, y todos Los ruidos desastrosos siguen su curva. Detrás del borde De la derecha, la línea de los orientes, de los Progresos. Y, mientras, la franja superior del tablero está Formada por el rumor giratorio y saltante de las caracolas Marinas y de las noches humanas. La dulzura florida de las estrellas y del cielo y de todo lo demás desciende ante el terraplén, como una cesta -contra nuestro rostro-, y forma el abismo fragante y azul allá abajo. AURORA Abracé a la aurora del verano. Nada se movía aún en la faz de los palacios. El Agua estaba muerta. Los campos de sombras No abandonaban el camino del bosque. Anduve, y despertaron Los hálitos vivientes y tibios, y las piedras preciosas miraron, y las alas se alzaron din ruido. La primera aventura fue, en el sendero ya henchido de frescos y pálidos destellos, una flor que me dijo Su nombre. Reí al salto de agua rubio que se desgreñó A través de los abetos: en la cima plateada reconocí a la diosa. Entonces retiré uno a uno los velos. En el camino, Agitando los brazos. A través de la llanura, donde la denuncié al gallo. En la gran ciudad, ella huía entre los campanarios. Y las cúpulas, y yo la perseguí corriendo como un mendigo sobre los muelles de mármol. En lo alto del camino, cerca de un bosque De laureles, la rodeé con sus velos amontonados y sentí Algo de su inmenso cuerpo. L aurora y el niño cayeron Al pie del bosque. Al despertar era mediodía. FLORES Desde una gradería de oro -entre los cordones De seda, las gasas grises, los terciopelos verdes y los discos De cristal que se oscurecen como el bronce bajo el sol-, veo abrirse la digital sobre un tapiz De filigranas de plata, de ojos y cabelleras. Monedas de oro amarillo sembradas sobre el ágata, Pilares de caoba que soportan una cúpula de esmeraldas, manojos de rasos blancos y finas varas de rubí Rodean la rosa de agua. Semejantes a un dios con enormes ojos azules Y con formas de nieve, el mar y el cielo atraen a las terrazas De mármol la multitud de jóvenes y fuertes rosas. MARINA Los carros de plata y cobre - Las proas de acero y de plata - Hieren la espuma -, Agitan los tallos de las zarzas. Las corrientes del páramo, Y las huellas inmensas del reflujo, Corren circularmente hacia el este, Hacia los pilares del bosque, Hacia los postes del muelle, Cuyo ángulo castigan torbellinos de luz. FIESTA INVERNAL La cascada resuena detrás de las cabañas de ópera Cómica. Las girándulas se extienden, en los jardines Vecinos al meandro -los verdes y los rojos del Crepúsculo. Ninfas de Horacio con peinados del Primer Imperio. -Rondas siberianas, mujeres chinas de Boucher. GUERRA Cuando niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: Todos los caracteres matizaron mi fisonomía. Los fenómenos Se alteraron. Ahora, la inflexión eterna de los momentos y el infinito de las matemáticas me persiguen a través de ese mundo donde padezco todos Los éxitos civiles, restado por la niñez extraña y los afectos enormes. Sueño con una guerra, de derecho o de fuerza, de lógica muy imprevista. Tan simple como una frase musical. UNA TEMPORADA EN EL INFIERNO (Fragmento) Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín Donde todos los corazones se abrían, donde corrían Todos los vinos. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. -Y La encontré amarga.- Y la injurié. Tomé las armas contra la justicia. Huí. ¡Oh brujas, oh miserias, oh rencor a vosotros Fue confiado mi tesoro! Logré que se desvaneciera de mi espíritu toda esperanza humana. Salté sobre toda alegría, para estrangularla, con el silencioso salto de la bestia feroz. Llamé a los verdugos para morder, al morir, la Culata de sus fusiles. Llamé a las plagas para ahogarme Con arena, con sangre. La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del crimen. Y jugué unas cuantas veces a la demencia. Y la primavera me trajo la horrible risa del idiota. Pero, hallándome recientemente a punto de lanzar el último gallo, se me ocurrió buscar la llave del Antiguo festín, donde quizá recuperara el apetito. La caridad es esa llave. -¡Esta inspiración demuestra Que he soñado! "Seguirás siendo hiena, etc....", exclama el demonio que me coronó con tan amables amapolas. "Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoismo, y todos los pecados capitales." Ah, demasiado harto estoy de eso: -Pero, querido Satán, te conjuro: ¡una pupila menos irritada! Y, en espera de algunas pequeñas infamias que se Demoran, para ti que prefieres en el escritor la ausencia De facultades descriptivas o instructivas, desprendo Estas horrendas hojas de mi cuaderno de condenado.