El Simbolismo
El Simbolismo fue uno de los movimientos artísticos más importantes de finales del siglo XIX. En Un manifeste
littéraire ("Un manifiesto literario"), publicado en 1886, Jean Moréas definió este nuevo estilo: "Enemigo de la enseñanza,
la declamación, la falsa sensibilidad, la descripción objetiva" (Ennemie de l'enseignement, la déclamation,
la fausse sensibilité, la description objective). La poesía simbólica investiga para una forma sensitiva" (la poésie
symbolique cherche à vêtir l'Idée d'une forme sensible). La literatura simbolista posee intenciones metafísicas,
intenta utilizar el lenguaje literario como instrumento cognoscitivo, por lo cual se encuentra impregnada de misterio
y misticismo. Intentaba encontrar lo que Charles Baudelaire, gran poeta de este movimiento,
denominó "correspondencias", las secretas afinidades entre el mundo sensible y el mundo espiritual. Para ello utilizaban
determinados mecanismos estéticos, como la sinestesia
El Simbolismo en la literatura internacional
Los precursores literarios de esta corriente fueron el poeta norteamericano Edgar Allan Poe, que tanto influyó sobre
Charles Baudelaire, y los franceses Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, llamados también "poetas malditos". El más
representativo fue Stéphane Mallarmé (1842-1898), quien creó un lenguaje hermético, cercano al antiguo culteranismo
español (Verlaine leyó y admiraba a Luis de Góngora) y cercano a la sintaxis del inglés. Menor importancia tuvieron
Auguste Villiers de l'Isle-Adam (1838-1889), Prosper Mérimée (1803-1870), más conocido como narrador; Gérard de Nerval,
(1808-1855), poeta de trágico fin; Joris Karl Huysmans (1848-1907), más conocido como escritor del decadentismo;
Albert Samain (1858-1900), Rémy de Gourmont (1858-1915), Alfred Jarry (1873-1907), creador de la Patafísica y más
importante como autor teatral y como precursor de la literatura de Vanguardia; Gustave Kahn (1859-1936), Jules Laforgue
(1860-1887), el primer introductor del verso libre; Maurice Maeterlinck (1862-1949), que creó el teatro simbolista;
Stuart Merrill (1863-1915), Albert Mockel (1866-1945), Jean Moréas (1856-1910), Henri de Régnier (1864-1936), Adolphe Retté
(1863-1930), Paul Valéry (1871-1945), que pasó del Simbolismo a una intelectualizada poesía pura; el belga Emile Verhaeren
(1855-1916), también narrador, y Francis Vielé-Griffin (1863-1937), entre muchos otros. En otros países el Simbolismo tuvo
también extensión: en Rusia, por ejemplo, fue divulgado por Alexandr Blok, Fiódor Sologub, Andrei Bely; en Suecia,
el dramaturgo August Strindberg recurrió a algunos de sus postulados, y en el mundo hispanoamericano y español se difundió
a través del Modernismo.
Simbolismo literario hispanoamericano y español
El simbolismo literario hispanoamericano y español, con algunos importantes antecedentes peninsulares como Gustavo
Adolfo Bécquer y como Salvador Rueda, se subsumió en un movimiento más general conocido como Modernismo que empezó
en Hispanoamérica. Se encuentra Simbolismo ya en los cubanos Julián del Casal y José Martí, en el colombiano
José Asunción Silva, en el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera y en otros autores posrománticos hispanoamericanos;
Rubén Darío, gran introductor del Modernismo en España, lo asimiló y difundió; en España lo cultivaron Antonio
y Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, Francisco Villaespesa y Ramón Pérez de Ayala entre los más importantes.
En Hispanoamérica se encuentra en el argentino Leopoldo Lugones, en Julio Herrera y Reissig, en Ricardo Jaimes Freyre,
Amado Nervo, Salvador Díaz Mirón, Guillermo Valencia, José María Eguren y en muchos otros autores modernistas.
Simbolismo literario histórico
El origen del término se remonta al manifiesto publicado por J. Moréas en el suplemento literario de Le Figaro
(18 de septiembre de 1886). El Simbolismo hunde sus raíces en la obra poética de Ch. Baudelaire, cuyas Flores del mal
(1857) contenían ya en germen sus postulados esenciales: oposición declarada al realismo, al positivismo y al espíritu
científico y concepción del mundo como un misterio que el poeta ha de desvelar alterando su inteligibilidad, suspendiendo
el juicio lógico y penetrando en los dominios del ensueño y del subconsciente. La obra de Baudelaire, además, lograba
la síntesis de las dos tendencias fundamentales del movimiento: una dimensión parnasiana, a través de la búsqueda
de una belleza ideal, y otra decadente, manifestada en la atracción por lo artificial y lo perverso. En 1884 la novela
de Huysmans A contrapelo y el ensayo de P. Verlaine Los poetas malditos dieron una celebridad tardía a S. Mallarmé,
quien, a partir de 1886, celebró en su casa unas tertulias a las que acudían jóvenes como H. de Régnier y F. Viélé-Griffin.
A estos nombres hay que añadir otros en los que Simbolismo y decadentismo van muy unidos: A. Rimbaud, Ch. Cros, T. Corbière
y J. Laforgue. La fase de mayor actividad del movimiento se sitúa entre 1885 y 1897, cuando a las obras de sus miembros
franceses vinieron a sumarse el teatro simbolista del belga M. Maeterlinck y los poemas de su compatriota E. Verhaeren.
Tras la muerte de Verlaine (1896) y de Mallarmé (1898), el grupo perdió cohesión y tendió a dispersarse. Sin embargo,
su herencia fue recogida por importantes escritores, como P. Claudel, P. Valéry y G. Apollinaire, y, a través de ellos,
ejerció su influencia en los primeros movimientos de vanguardia. El Simbolismo también se incorporó a las diversas
literaturas europeas (O. Wilde en Gran Bretaña, S. George en Alemania, K. Hamsun en Noruega, G. Brandes en Dinamarca)
y renovó, de forma muy especial, el estancado panorama literario español, gracias a la influencia que ejerció en la obra
del nicaragüense R. Darío.
Estilo simbolista
Paralelamente a la preocupación del impresionismo por la pintura al aire libre contra el academicismo oficial
y a los intentos de construcción científica de la pintura por el llamado puntillismo, se desarrolla una nueva concepción
sobre la función y objeto de la pintura. Los simbolistas – cuyos precedentes se encuentran en William Blake, los nazarenos
y los prerrafaelitas – propugnan una pintura de contenido poético.
El movimiento simbolista reacciona contra los valores del materialismo y del pragmatismo de la sociedad industrial,
reivindicando la búsqueda interior y la verdad universal y para ello se sirven de los sueños que gracias a Freud ya no
se conciben únicamente como imágenes irreales, sino como un medio de expresión de la realidad.
El Simbolismo no pudo desarrollarse mediante un estilo unitario; por eso, se hace muy difícil definirlo de forma general.
Es más bien un conglomerado de encuentros pictóricos individuales.
El Simbolismo es una tendencia que supera nacionalidades, límites cronológicos y estilos personales. En este cajón
de sastre podemos encontrar figuras tan dispares como Vincent Van Gogh, Paul Gauguin, Gustav Klimt, Edvard Munch, etc.
Para complicar más la cuestión, el Simbolismo derivará en una aplicación bella y cotidiana de honda raigambre en el arte
europeo de fines del siglo XIX y principios del XX: el Art Nouveau. El Simbolismo pretende restaurar significado al arte,
que había quedado desprovisto de éste con la revolución impresionista. Mientras que otros neoimpresionistas se inclinan
por ramas científicas o políticas, el Simbolismo se decanta hacia una espiritualidad frecuentemente cercana a posiciones
religiosas y místicas. La fantasía, la intimidad, la subjetividad exaltada sustituyen la pretenciosa objetividad
de impresionistas y neo-impresionistas. Continúan con la intención romántica de expresar a través del color, y no quedarse
solamente en la interpretación. Ahí encontramos el nexo de unión con el resto de neo-impresionistas, puesto que las teorías
del color local y los efectos derivados de las yuxtaposiciones de primarios, complementarios, etc., les resultarán
muy útiles a la hora de componer sus imágenes, muy emotivas, como en la casi violenta visión de la pasión amorosa que
Klimt ofrece en su Dánae. Los simbolistas encontraron un apoyo paralelo en los escritores: Charles Baudelaire, Jean Moréas,
en contra del naturalismo descarnado de Zola. En cuanto a la escultura, Rodin fue el más cercano a sus planteamientos,
y pese a todo, íntimamente ligado a los presupuestos del gran escultor impresionista Edgar Degas. Muy cercana
a los planteamientos del Simbolismo, en cuyo seno se inscribe, se sitúa la Escuela de Pont-Aven, una de las primeras
en definirse como tal. Pont-Aven es una pequeña localidad rural de la Bretaña francesa, a donde se dirigió en 1886 un grupo
de pintores neo-impresionistas. El primero de todos fue Émile Bernard, que trataba de recuperar la integridad de lo rústico,
de lo arcaico, en una región totalmente ajena a los avances de la vida moderna. Bernard cultivó un estilo muy personal
de colores planos, perfectamente delimitados en contornos silueteados. conocidas y por otro que no fuesen únicas, sino
que se imprimían y repetían, dando a la obra de arte una nueva dimensión. La obra de arte deja de ser única.
A pesar de ello no crearon escuela.
La escultura simbolista
El Simbolismo posee una estética académica, y se presta más a las realizaciones escultóricas de vanguardia.
Junto con Rodin se destacan Aristide Maillol (1861-1944), que es el gran maestro de la escultura simbolista. La noche,
Isla de Francia, Flores en la pradera, Venus, Flora, El río. También destacan Adolf von Hildebrand, Estatua ecuestre
del príncipe regente, Medardo Rosso, Niño enfermo, Cabeza de niño, Emile-Antoine Bourdelle, Hércules arquero.
Datos obtenidos de
"http://es.wikipedia.org"