Poemas
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.
La Naturaleza es un templo cuyos vivientes pilares, dejan a veces escapar
confusas palabras. El hombre posa allí a través de bosques de símbolos,
que lo observan con miradas familiares.
Como largos ecos que de lejos se confunden en una tenebrosa y profunda unidad
-vasta como la noche y como la luz- los perfumes, los colores y los sonidos
se responden.
Hay perfumes frescos como carne de niño, dulces como los oboes, verdes como
las praderas. Y hay otros corrompidos, ricos y triunfantes, que tienen
la expansión de las cosas infinitas, como el ámbar, el almizcle, el benjuí
y el incienso, que cantan los transportes del espíritu y los sentidos.
El Crepúsculo Matutino
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares
La diana cantaba en los patios de los cuarteles, y el viento de la mañana
soplaba sobre las linternas.
Era la hora en que el enjambre de los sueños malhechores crispa sobre sus
almohadas a los adolescentes morenos; en que, como un ojo sangriento que palpita
y se mueve, la lámpara pone sobre el día una mancha roja; en que el alma,
bajo el peso del cuerpo huraño y pesado, imita los combates de la lámpara y el día.
Como un rostro en llanto que las brisas enjugan, el aire está lleno del
estremecimiento de las cosas que huyen. Y el hombre está cansado de escribir
y la mujer de amar.
Las casas aquí y allá comienzan a echar humo. Las mujeres de placer,
con los párpados lívidos, la boca abierta, duermen con su sueño estúpido;
las pobretonas, arrastrando sus senos flacos y fríos, soplan sobre sus tizones
y sobre sus dedos.
Es la hora en la que entre el frío y la tacañería se agravan los dolores de
las mujeres parturientas; como un sollozo cortado por una sangre espumosa,
el canto del gallo desgarra a lo lejos el aire brumoso; un mar de neblinas baña
a los edificios, y los agonizantes, en el fondo de los hospitales, exhalan su
estertor en hipos desiguales. Los crápulas regresan, destrozados por sus andanzas.
La aurora, tiritando en traje rosa y verde, avanza lentamente sobre el Sena
desierto. Y el sombrío París, frotándose los ojos -viejo trabajador-
empuña sus herramientas.
Epígrafe para un Libro Condenado
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.
Lector apacible y bucólico, sobrio e inocente hombre de bien, arroja este libro
saturniano, orgiástico y melancólico.
Si no has estudiado tu retórica con Satán, el astuto decano, ¡arrójalo!
No comprenderás nada de él, o me creerás histérico.
Pero si, sin dejarte hechizar, tu pupila sabe sumergirse en los abismos,
léeme, para aprender a amarme; alma curiosa que sufres y andas en busca de tu paraíso
¡compadéceme! Sino, ¡yo te maldigo!
La Destrucción
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares
A mis costados, sin cesar, se agita el Demonio; flota alrededor mío como
un aire impalpable; lo aspiro y siento que abrasa mis pulmones y los llena de un
deseo eterno y culpable.
A veces toma (conoce mi gran amor por el Arte) la forma de la más seductora
de las mujeres y, bajo especioso pretexto de aburrimiento, acostumbra mis labios
a filtros infames.
Me conduce así lejos de la mirada de Dios, jadeante y rendido de fatiga,
en medio de las llanuras del Hastío, profundas y desiertas, y lanza a mis ojos llenos
de confusión ¡vestidos manchados, heridas abiertas y el parto sangriento
de la Destrucción
Remordimiento Póstumo
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.
Cuando duermas, mi bella tenebrosa, en el fondo de un monumento construído,
en mármol negro, y no tengas por alcoba y mansión más que una bóveda lluviosa
y una fosa profunda; cuando la piedra, oprimiendo tu pecho miedoso y tus flancos
que ablanda una molicie encantadora, impida a tu pecho latir y querer y a tus pies
seguir su curso aventurero, la tumba, confidente de mi sueño infinito
-porque la tumba siempre comprenderá al poeta- durante esas largas noches de las que
el sueño, ha sido desterrado, te dirá: "¿De qué te sirve, cortesana imperfecta,
no haber conocido lo que lloran los muertos?" -Y el gusano roerá tu piel,
como un remordimiento.
Sueño Parisien
Por Charles Baudelaire
Las Flores del Mal, traducción de Ulyses Petit de Murat. Ediciones DINTEL, 1959.
Edición limitada de 700 ejemplares.
A Constantin Guys.
De este terrible paisaje, que jamás vieron ojos mortales, esta mañana la imagen
vaga y lejana, todavía me maravilla.
¡El sueño está lleno de milagros! Por un capricho singularísimo, había desterrado
de ese espectáculo al vegetal irregular y, pintor orgulloso de mi genio,
saboreaba en mi cuadro la embriagadora monotonía del metal, el mármol y el agua.
Babel de escaleras y arcadas, era un palacio infinito, lleno de fuentes y cascadas
que caían sobre el oro mate o bruñido; y las pesadas cataratas, como cortinas
de cristal, se suspendían, deslumbrantes, de las murallas metálicas.
No árboles, sino columnatas, rodeaban los estanques dormidos, donde, como mujeres,
gigantescas náyades se miraban.
Napas de agua se expandían, azules, entre muelles rosas y verdes, durante millones
de leguas, hasta los confines del universo; había piedras inauditas y olas mágicas;
había espejos deslumbrados por todo lo que reflejaban.
Ríos descuidados y taciturnos, desde el firmamento, vertían el tesoro de sus urnas
en abismos de diamante.
Arquitecto de mis sortilegios, hacía pasar a mi antojo, bajo un túnel de pedrerías,
un océano domado; y todo, hasta el color negro, parecía bruñido, claro, irrisado:
el líquido engarzaba su gloria en el rayo hecho cristal.
Ningún astro, ningún vestigio de sol ni aún al final del cielo, para iluminar
esos prodigios, que brillaban con un fuego propio.
Y sobre esas móviles maravillas flotaba (terrible novedad: ¡todo para los ojos
nada para los oídos!) un silencio de eternidad.
II
Al reabrir los ojos llenos de llamas he visto el horror de mi bohardilla
y he sentido, al volver a entrar en mi alma, el aguijón de las malditas inquietudes;
el péndulo de acentos fúnebres marcaba brutalmente el mediodía, y el cielo vertía
tinieblas sobre este triste mundo embrutecido.
El Crepúsculo de la Tarde
Por CHARLES BAUDELAIRE
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.
Cae la tarde. Un gran apaciguamiento se produce en los pobres espíritus fatigados
por la labor de la jornada, y sus pensamientos toman ahora los colores tiernos
e indecisos del crepúsculo.
No obstante, desde lo alto de la montaña, a través de los transparentes vapores
de la tarde, llega hasta mi balcón un gran aullido compuesto por una cantidad de gritos
discordantes, que el espacio transforma en una lúgubre armonía como la de la marca
creciente o la de la tempestad que se despierta.
¿Quiénes son los infortunados a los que la tarde no calma y que, como los búhos,
toman la venida de la noche por la señal del aquelarre? Este siniestro ulular
nos llega del negro hospicio posado en la montaña; y por la tarde, mientras fumo
y contemplo el reposo del inmenso valle donde cada ventana dice: "Aquí reina la paz;
aquí se gozan las dichas familiares", puedo yo, cuando el viento sopla de ese lado,
mecer mi pensamiento atónito en esa imitación de las armonías del infierno.
El crepúsculo excita a los locos. Me acuerdo de haber tenido dos amigos a quienes
el crepúsculo enfermaba. Uno olvidaba entonces todas las relaciones de amistad y cortesía,
y maltrataba como un salvaje a cualquiera que se le acercara. Yo lo vi arrojar a la cabeza
de un maître d' hôtel un pollo excelente, en el que creía encontrar no sé qué insultante
jeroglífico. La tarde, precursora de las voluptuosidades profundas, le estropeaba
las cosas más suculentas.
El otro, un ambicioso fracasado, volvíase, a medida que la luz menguaba, más agrio,
más sombrío, más incómodo. Indulgente y sociable aun durante el día, era implacable
al atardecer, pues su manía crepuscular se manifestaba rabiosamente no sólo a expensas
de los demás, sino también a expensas de sí mismo.
El primero murió loco, incapaz de reconocer a su mujer y a su hijo; el segundo lleva
dentro de sí la inquietud de un malestar perpetuo y, aunque se viera gratificado con
todos los honores que pueden conferir las repúblicas y los príncipes, creo que
el crepúsculo seguiría encendiendo en él la quemante codicia de imaginarias distinciones.
La noche, que insuflaba sus tinieblas dentro de aquel espíritu, ilumina el mío,
y aunque no sea raro ver que la misma causa engendra dos efectos contrarios,
esto me intriga siempre y despierta en mí algo como una alarma.
¡Oh, noche! ¡Oh refrescantes tinieblas! ¡Ustedes son para mí la señal de una fiesta
íntima, Ustedes son la liberación de la angustia! ¡En la soledad de las llanuras,
en los laberintos pétreos de una capital, centelleo de estrellas, explosión de reverberos,
son los fuegos artificiales de la diosa Libertad!
¡Crepúsculo, qué dulce y tierno eres! Las rosadas lumbres que perduran en el horizonte
como la agonía del día bajo la opresión victoriosa de su noche, las luces
de los candelabros que manchan con un rojo opaco las postreras glorias del poniente,
las pesadas colgaduras que una mano invisible corre desde las profundidades del oriente,
imitan todos los complicados sentimientos que se disputan el alma del hombre en las horas
solemnes de la vida.
También se las podría comparar con esos extraños trajes de bailarina, en los que
una gasa transparente y sombría deja entrever los amortiguados esplendores de una falda
rutilante, como bajo el negro presente se trasluce el delicioso pasado; y las vacilantes
estrellas de oro y plata que la realzan, representan los fuegos de la fantasía que sólo
arden bien bajo el profundo luto de la Noche.
El Extranjero
Por CHARLES BAUDELAIRE
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.
-Dime, hombre, enigmático, ¿a quién amas tú más? ¿A tu padre, a tu madre, a tu hermana,
a tu hermano.?
-Yo no tengo ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano.
-¿A tus amigos?
-Os servís de una palabra cuyo sentido desconozco hasta hoy.
-¿A tu patria?
-Ignoro bajo qué latitud está situada.
-¿La belleza?
-De buena gana la amaría, diosa e inmortal.
-¿El oro?
-Lo odio, como vosotros odiáis a Dios.
¿Pues qué es lo que amas, extraordinario extranjero?
-¡Amo las nubes. . ., las nubes que pasan... allá lejos... las maravillosas nubes!
El Puerto
Por CHARLES BAUDELAIRE
De Spleen de París
Traducción de Nydia Lamarque 1º edición, 1961, México, Editorial Aguilar.
Un puerto es un lugar encantador para el alma fatigada de luchar por la vida.
La amplitud del cielo, la arquitectura movible de las nubes, las coloraciones
cambiantes del mar, el centelleo de los faros, son un prisma maravillosamente
apropiado para distraer los ojos, sin cansarlos jamás. Las formas esbeltas de los navíos,
de complicado aparejo, a los que el oleaje imprime oscilaciones armoniosas,
sirven para mantener en el alma la afición al ritmo y a la belleza. Y además,
y sobre todo, para el que no tiene ya ni curiosidad ni ambición, hay una especie
de placer misterioso y aristocrático en contemplar, tendido en un mirador o acodado
en el muelle, toda esa agitación de los que parten y de los que regresan, de los que
tienen aún fuerzas para querer, deseos de enriquecerse o de viajar.