¡Adiós! Las cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren no tornan jamás, se quiebran los vasos y el vidrio que queda ¡es polvo por siempre y por siempre será! Cuando los capullos caen de la rama dos veces seguidas no florecerán... Las flores tronchadas por el viento impío ¡se agotan por siempre, por siempre jamás! Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán. ¡Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad! ¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas, las sombras creadas por nuestra maldad! ¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas, las cosas celestes que así se nos van! ¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!... -de llagas infectas- ¡cúbrete de mal! ¡Que todo el que llegue se muera al tocarte, corazón maldito que inquietas mi afán! ¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! ¡Adiós mi alegría llena de bondad! ¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, las cosas celestes que no vuelven más!... Alma desnuda Soy un alma desnuda en estos versos, alma desnuda que angustiada y sola va dejando sus pétalos dispersos. Alma que puede ser una amapola, que puede ser un lirio, una violeta, un peñasco, una selva y una ola. Alma que como el viento vaga inquieta y ruge cuando está sobre los mares y duerme dulcemente en una grieta. Alma que adora sobre sus altares dioses que no se bajan a cegarla; alma que no conoce valladares. Alma que fuera fácil dominarla con sólo un corazón que se partiera para en su sangre cálida regarla. Alma que cuando está en la primavera dice al invierno que demora: vuelve, caiga tu nieve sobre la pradera. Alma que cuando nieva se disuelve en tristezas, clamando por las rosas con que la primavera nos envuelve. Alma que a ratos suelta mariposas a campo abierto, sin fijar distancia, y les dice: libad sobre las cosas. Alma que ha de morir de una fragancia, de un suspiro, de un verso en que se ruega, sin perder, a poderlo, su elegancia. Alma que nada sabe y todo niega y negando lo bueno el bien propicia porque es negando como más se entrega. Alma que suele haber como delicia palpar las almas, despreciar la huella, y sentir en la mano una caricia. Alma que siempre disconforme de ella, como los vientos vaga, corre y gira; alma que sangra y sin cesar delira por ser el buque en marcha de la estrella. Aspecto Vivo dentro de cuatro paredes matemáticas alineadas a metro. Me rodean apáticas almillas que no saben ni un ápice siquiera de esta fiebre azulada que nutre mi quimera. Uso una piel postiza que me la rayo en gris. Cuervo que bajo el ala guarda una flor de lis. Me causa cierta risa mi pico fiero y torvo que yo misma me creo pura farsa y estorbo. A una rosa Grata flor que te destacas sobre el verde de las hojas, cual la sangre de una herida, roja... roja... Tú parodias esos labios purpurinos, que entreabiertos se dirían de caricias do sedientos han copiado de tus hojas el color de su bandera los campeones avanzados de la idea. Y por eso yo te adoro, bella flor, que de las hojas sobre el verde, te destacas roja... roja... Bajo tus miradas Es bajo tus miradas donde nunca zozobro; es bajo tus miradas tranquilas donde cobro propiedades de agua; donde río, parlera, cubriéndome de flores como la enredadera. Es bajo tus miradas azules donde sobro para el duelo; despierto sueños nuevos y obro con tales esperanzas, que parece me hubiera un deseo exquisito dictado Primavera: tener el alma fresca, limpia; ser como el lino que es blanco y huele a hierbas. Poseer el divino secreto de la risa; que la boca bermeja persista hasta el silencio postrero, bella, fuerte, ¡y libe en la corola suprema de la Muerte con su última abeja! Capricho Escrútame los ojos sorpréndeme la boca, sujeta entre tus manos esta cabeza loca; dame a beber veneno, el malvado veneno que moja los labios a pesar de ser bueno. Pero no me preguntes, no me preguntes nada de porqué lloré tanto en la noche pasada; las mujeres lloramos sin saber, porque sí. Es esto de los llantos pasaje baladí. Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto, un mar un poco torpe, ligeramente estulto, que se asoma a los ojos con bastante frecuencia y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia. No preguntes amado, lo debes sospechar: en la noche pasada no estaba quieto el mar. Nada más. Tempestades que las trae y las lleva un viento que nos marca cada vez costa nueva. Si, vanas mariposas sobre jardín de Enero, nuestro interior es todo sin equilibrio y huero. Luz de cristalería, fruto de carnaval decorado en escamas de serpientes del mal. Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta: deseamos y gustamos la miel en cada copa y en el cerebro habemos un poquito de estopa. Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer, capricho, amado mío, capricho debe ser. Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa? Espínate las manos y córtame una rosa. Date a volar Anda, date a volar, hazte una abeja, en el jardín florecen amapolas, y el néctar fino colma las corolas; mañana el alma tuya estará vieja. Anda, date a volar, hazte paloma, recorre el bosque y picotea granos, come migajas en distintas manos la pulpa muerde de fragante poma. Anda, date a volar, sé golondrina, busca la playa de los soles de oro, gusta la primavera y su tesoro, la primavera es única y divina. Mueres de sed: no he de oprimirte tanto... anda, camina por el mundo, sabe; dispuesta sobre el mar está tu nave; date a bogar hacia el mejor encanto. Corre, camina más, es poco aquello... aún quedan cosas que tu mano anhela, corre, camina, gira, sube y vuela: gústalo todo porque todo es bello. Echa a volar... mi amor no te detiene, ¡cómo te entiendo, Bien, cómo te entiendo! llore mi vida... el corazón se apene... date a volar, Amor, yo te comprendo. Callada el alma... el corazón partido, suelto tus alas... ve... pero te espero. ¿Cómo traerás el corazón, viajero? tendré piedad de un corazón vencido. Para que tanta sed bebiendo cures hay numerosas sendas para ti... pero se hace la noche; no te apures... todas traen a mí... Dolor Quisiera esta tarde divina de octubre pasear por la orilla lejana del mar; que la arena de oro, y las aguas verdes, y los cielos puros me vieran pasar. Ser alta, soberbia, perfecta, quisiera, como una romana, para concordar con las grandes olas, y las rocas muertas y las anchas playas que ciñen el mar. Con el paso lento, y los ojos fríos y la boca muda, dejarme llevar; ver cómo se rompen las olas azules contra los granitos y no parpadear; ver cómo las aves rapaces se comen los peces pequeños y no despertar; pensar que pudieran las frágiles barcas hundirse en las aguas y no suspirar; ver que se adelanta, la garganta al aire, el hombre más bello, no desear amar... Perder la mirada, distraídamente, perderla y que nunca la vuelva a encontrar; Y, figura erguida, entre cielo y playa, sentirme el olvido perenne del mar. Dos palabras Esta noche al oído me has dicho dos palabras comunes. Dos palabras cansadas de ser dichas. Palabras que de viejas son nuevas. Dos palabras tan dulces, que la luna que andaba filtrando entre las ramas se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras que una hormiga pasea por mi cuello y no intento moverme para echarla. Tan dulces dos palabras que digo sin quererlo -¡oh, qué bella, la vida!- Tan dulces y tan mansas que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman. Tan dulces y tan bellas que nerviosos, mis dedos, se mueven hacia el cielo imitando tijeras. Oh, mis dedos quisieran cortar estrellas. Duerme tranquilo Dijiste la palabra que enamora a mis oídos. Ya olvidaste. Bueno. Duerme tranquilo. Debe estar sereno y hermoso el rostro tuyo a toda hora. Cuando encanta la boca seductora debe ser fresca, su decir ameno; para tu oficio de amador no es bueno el rostro ardido del que mucho llora. Te reclaman destinos más gloriosos que el de llevar, entre los negros pozos de las ojeras, la mirada en duelo. ¡Cubre de bellas víctimas el suelo! Más daño al mundo hizo la espada fatua de algún bárbaro rey y tiene estatua. Dulce tortura Polvo de oro en tus manos fue mi melancolía sobre tus manos largas desparramé mi vida; mis dulzuras quedaron a tus manos prendidas; ahora soy un ánfora de perfumes vacía. Cuánta dulce tortura quietamente sufrida cuando, picada el alma de tristeza sombría, sabedora de engaños, me pasada los días ¡besando las dos manos que me ajaban la vida! El clamor Alguna vez, andando por la vida, por piedad, por amor, como se da una fuente, sin reservas, yo di mi corazón. Y dije al que pasaba, sin malicia, y quizá con fervor: -Obedezco a la ley que nos gobierna: He dado el corazón. Y tan pronto lo dije, como un eco ya se corrió la voz: -Ved la mala mujer esa que pasa: Ha dado el corazón. De boca en boca, sobre los tejados, rodaba este clamor: -¡Echadle piedras, eh, sobre la cara; ha dado el corazón! Ya está sangrando, sí, la cara mía, pero no de rubor, que me vuelvo a los hombres y repito: ¡He dado el corazón! El divino amor Te ando buscando, amor que nunca llegas, te ando buscando, amor que te mezquinas, me aguzo por saber si me adivinas, me doblo por saber si te me entregas. Las tempestades mías, andariegas, se han aquietado sobre un haz de espinas; sangran mis carnes gotas purpurinas porque a salvarme, ¡oh niño!, te me niegas. Mira que estoy de pie sobre los leños, que aveces bastan unos pocos sueños para encender la llama que me pierde. Sálvame, amor, y con tus manos puras trueca este fuego en límpidas dulzuras y haz de mis leños una rama verde. El ruego Señor, Señor, hace ya tiempo, un día soñé un amor como jamás pudiera soñarlo nadie, algún amor que fuera la vida toda, toda la poesía. Y pasaba el invierno y no venía, y pasaba también la primavera, y el verano de nuevo persistía, y el otoño me hallaba con mi espera. Señor, Señor; mi espalda está desnuda, ¡has estallar allí, con mano ruda el látigo que sangra a los perversos! Que está la tarde ya sobre mi vida, y esta pasión ardiente y desmedida la he perdido, ¡Señor, haciendo versos! El silencio ¿Nunca habéis inquirido por qué, mundo tras mundo, por el cielo profundo van pasando sin ruido? Ellos, los que transpiran las cosas absolutas, por sus azules rutas siempre callados giran. Sólo el hombre, pequeño, cuyo humano latido en la tierra, es un sueño, ¡sólo el hombre hace ruido! Frase Fuera de ley, mi corazón a saltos va en su desazón. Ya muerde acá, sucumbe allí, cazando allá, cazando aquí. Donde lo intento yo dejar mi corazón no se ha de estar. Donde lo deba yo poner Mi corazón no ha de querer. Cuando le diga yo que sí, dirá que no, contrario a mí. Bravo león, mi corazón tiene apetitos, no razón. Melancolía Oh muerte, yo te amo, pero te adoro, vida... cuando vaya en mi caja para siempre dormida, haz que por vez postrera penetre mis pupilas el sol de primavera. Déjame algún momento bajo el calor del cielo, deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo... era tan bueno el astro que en la aurora salía a decirme: buen día. No me asusta el descanso, hace bien el reposo, pero antes que me bese el viajero piadoso que todas las mañanas, alegre como un niño, llegaba a mis ventanas Miedo Aquí, sobre tu pecho, tengo miedo de todo; estréchame en tus brazos como una golondrina y dime la palabra, la palabra divina que encuentre en mis oídos dulcísimo acomodo. Háblame de amor, arrúllame, dame el mejor apodo, besa mis pobres manos, acaricia la fina mata de mis cabellos, y olvidaré, mezquina, que soy, ¡oh cielo eterno!, sólo un poco de lodo. ¡Es tan mala la vida! ¡Andan sueltas las fieras!... Oh, no he tenido nunca las bellas primaveras que tienen las mujeres cuando todo lo ignoran. En tus brazos, amado, quiero soñar en ellos, mientras tus manos blancas suavizan mis cabellos, mientras mis labios besan, mientras mis ojos lloran. Mi hermana Son las diez de la noche; en el cuarto en penumbra mi hermana está dormida, las manos sobre el pecho; es muy blanca su cara y es muy blanco su lecho, como si comprendiera, la luz casi no alumbra. En el lecho se hunde a modo de los frutos rosados, en el hondo colchón de suave pasto. entra el aire a su pecho y levántalo casto con su ritmo midiendo los fugaces minutos. La arropo dulcemente con las blancas cubiertas y protejo del aire sus dos manos divinas; caminando en puntillas cierro todas las puertas, entorno los postigos y corro las cortinas. Hay mucho ruido afuera, ahoga tanto ruido. los hombres se querellan, murmuran las mujeres, suben palabras de odio, gritos de mercaderes: oh, voces, deteneos. No entréis hasta su nido. Mi hermana está tejiendo como un hábil gusano su capullo de seda: su capullo es un sueño. ella con hilo de oro teje el copo sedeño: Primavera es su vida. Yo ya soy el verano. Cuenta sólo con quince octubres en los ojos, y por eso los ojos son tan limpios y claros; cree que las cigüeñas, desde países raros, bajan con rubios niños de piececitos rojos. ¿Quién quiere entrar ahora? Oh ¿eres tú, buen viento? ¿Quieres mirarla? Pasa. Pero antes, en mi frente entíbiate un instante; no vayas de repente a enfriar el manso sueño que en la suya presiento. Como tú, bien quisieran entrar ellos y estarse mirando esa blancura, esas pulcras mejillas, esas finas ojeras, esas líneas sencillas. Tú los verías, viento, llorar y arrodillarse. Ah, si la amáis un día sed buenos, porque huye de la luz si la hiere. Cuidad vuestra palabra, y la intención. Su alma, como cera se labra, pero como a la cera el roce la destruye. Haced como esa estrella que de noche la mira filtrando el ojo por un cristalino velo: esa estrella le roza las pestañas y gira, para no despertarla, silenciosa en el cielo. Volad si os es posible por su nevado huerto: ¡Piedad para su alma! Ella es inmaculada. ¡Piedad para su alma! Yo lo sé todo, es cierto. Pero ella es como el cielo: ella no sabe nada. Odio Oh, primavera de las amapolas, tú que floreces para bien mi casa, luego que enjoyes las corolas, pasa. Beso, la forma más voraz del fuego, clava sin miedo tu endiablada espuela, quema mi alma, pero luego, vuela. Risa de oro que movible y loca sueltas el alma, de las sombras, presa, en cuanto asomes a la boca, cesa. Lástima blanda del error amante que a cada paso el corazón diluye, vuelca tus mieles y al instante, huye. Odio tremendo, como nada fosco, odio que truecas en puñal la seda, odio que apenas te conozco, queda. Olvido Lidia Rosa: hoy es martes y hace frío. En tu casa, de piedra gris, tú duermes tu sueño en un costado de la ciudad. ¿Aún guardas tu pecho enamorado, ya que de amor moriste? Te diré lo que pasa: El hombre que adorabas, de grises ojos crueles, en la tarde de otoño fuma su cigarrillo. detrás de los cristales mira el cielo amarillo y la calle en que vuelan desteñidos papeles. Toma un libro, se acerca a la apagada estufa, en el tomacorriente al sentarse la enchufa y sólo se oye un ruido de papel desgarrado. Las cinco. Tú caías a esta hora en su pecho, y acaso te recuerda... Pero su blando lecho ya tiene el hueco tibio de otro cuerpo rosado. Pasión Unos besan las sienes, otros besan las manos, otros besan los ojos, otros besan la boca. Pero de aquél a éste la diferencia es poca. No son dioses, ¿qué quieres?, son apenas humanos. Pero, encontrar un día el espíritu sumo, la condición divina en el pecho de un fuerte, el hombre en cuya llama quisieras deshacerte ¡como al golpe de viento las columnas de humo! La mano que al posarse, grave, sobre tu espalda, haga noble tu pecho, generosa tu falda, y más hondos los surcos creadores de tus sesos. ¡Y la mirada grande, que mientras te ilumine te encienda al rojoblanco, y te arda, y te calcine hasta el seco ramaje de los pálidos huesos! Presentimiento Tengo el presentimiento que he de vivir muy poco. Esta cabeza mía se parece al crisol, purifica y consume, pero sin una queja, sin asomo de horror. Para acabarme quiero que una tarde sin nubes, bajo el límpido sol nazca de un gran jazmín una víbora blanca que dulce, dulcemente, me pique el corazón. Pudiera ser Pudiera ser que todo lo que en verso he sentido no fuera más que aquello que nunca pudo ser, no fuera más que algo vedado y reprimido de familia en familia, de mujer en mujer. Dicen que en los solares de mi gente, medido estaba todo aquello que se debía hacer... Dicen que silenciosas las mujeres han sido de mi casa materna... Ah, bien pudiera ser... A veces en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero, se le subió a los ojos una honda amargura, y en la sombra lloró. Y todo esto mordiente, vencido, mutilado, todo esto que se hallaba en su alma encerrado, pienso que sin quererlo lo he libertado yo. Queja Señor, mi queja es ésta, tú me comprenderás: De amor me estoy muriendo, pero no puedo amar. Persigo lo perfecto en mí y en los demás, persigo lo perfecto para poder amar. Me consumo en mi fuego, ¡señor, piedad, piedad! De amor me estoy muriendo, ¡pero no puedo amar! Sábado Me levanté temprano y anduve descalza por los corredores; bajé a los jardines y besé las plantas; absorbí los vahos limpios de la tierra, tirada en la grama; me bañé en la fuente que verdes achiras circundan. Más tarde, mojados de agua, peiné mis cabellos. Perfumé las manos con zumo oloroso de diamelas. Garzas quisquillosas, finas, de mi falda hurtaron doradas migajas. Luego puse traje de clarín más leve que la misma gasa. De un salto ligero llevé hasta el vestíbulo mi sillón de paja. Fijos en la verja mis ojos quedaron, fijos en la verja. El reloj me dijo: diez de la mañana. A dentro un sonido de loza y cristales: comedor en sombra; manos que aprestaban manteles. A fuera sol como no he visto sobre el mármol blanco de la escalinata. Fijos en la verja siguieron mis ojos, fijos. Te esperaba.